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El decreto de Artajerjes

2020-11-17

"El rostro alegre del rey es presagio de vida; su favor es una nube cargada de lluvia" (Proverbios 16:15).

<p>Nehemías estuvo al servicio de la corte de Medopersia durante varios años (444-432 a.C.). Su trabajo impecable, su actitud responsable y su lealtad a sus superiores lo condujeron a ocupar uno de los cargos más importantes del palacio: copero del rey. En realidad, era una de las personas más cercanas al monarca más poderoso del mundo. Pero un día, el funcionario hebre escuchó un doloroso informe sobre la condición de Jerusalén, su amada ciudad: abandono, ruina e indiferencia. Desde hacía más de cien años, en el 586 a.C., había sido brutalmente destruida por Nabucodonosor II. Gran parte de sus ciudadanos habían sido dispersados por la zona y, los más prominentes, habían sido llevados cautivos a Babilonia. No obstante, los judíos habían prosperado notablemente en su nueva morada. Cien años después, a nadie le importaba Jerusalén. ¿A quién iba a ocurrírsele regresar a reedificar una ciudad en escombros cuando gozaban de excelentes condiciones de vida en las mejores ciudades del imperio?</p>

<p>El emperador notó la tristeza en el rostro de uno de sus hombres de mayor confianza. Dicha actitud pudo haberle costado la vida a Nehemías, ya que no se podía presentar ante el soberano con un rostro deprimente. No obstante, el monarca le preguntó la causa de su angustia. Entonces, el cortesano le confesó el dolor que sentía por Jerusalén, la ciudad donde alguna vez había estado el dolor que sentía por Jerusalén, la ciudad donde alguna vez había estado el santuario que era el fundamento de su fe. El rey sonrió, reflexionó brevemente y, acto seguido, le preguntó si deseaba algo en particular. Así que Nehemías bajó su rostro y oró en silencio suplicando la dirección divina en un momento tan importante. Después, levantó su cabeza y solicitó al gobernante que le permitiera encabezar una comisión que se encargara de reconstruir los muros de la ciudad. La petición fue concedida. El funcionario hebreo fue dotado de cartas, soldados y financiación para volver a Jerusalén y cumplir su sueño de reconstruir la ciudad.</p>

<p>A su llegada a Jerusalén, Nehemías sorteó todo tipo de obstáculos. Un grupo de personajes influyentes se opuso férreamente a sus planes y trató a toda costa de detener el proyecto. Pero fracasaron una y otra vez. Varios de sus enemigos no dejaban de sorprenderse cómo este hombre había logrado que el emperador le concediera tantas atribuciones. Lo cierto es que el trabajo esmerado de Nehemías, así como su lealtad al monarca y su buena actitud en el palacio le habían ganado la simpatía del rey, quien no tuvo problemas en apoyar una de las grandes ilusiones del líder judío.</p>