Mientras hay vida hay esperanza
2020-10-18
"El temor del Señor corrige y da sabiduría; antes que honra, humildad" (Proverbios 15:33).
<p>Hace algunos años estuve a punto de perder a mi padre. De pronto, una serie de imágenes de la infancia comenzaron a recorrer mi mente como una película. En aquel momento, mi padre era fuerte como un roble. Parecía que todos sus planes se ejecutaban como él los había planeado. Yo lo contemplaba con gran admiración, esperando convertirme un día en un modelo a escala de su vida.</p>
<p>Pero un día llegó el evangelio a mi vida y ocasionó un fuerte conflicto entre nosotros. En su momento de mayor éxito, le costaba trabajo entender que su vástago hubiera decidido convertirse en un ministro de Dios. En varias ocasiones fracaso. Así que un día decidí partir de mi hogar sin su apoyo. Confieso que nunca fue mi intención lastimarlo, pero mi deseo de servir a Dios era mucho más fuerte que mi apego paternal. Lo interesante fue que, semanas más tarde, mi padre me alcanzó en la ciudad donde estaba colportando, para después llevarme al seminario adventista de Montemorelos (México).</p>
<p>El tiempo fue transformando el corazón de mi padre. Un día me llamó para informarme de que había aceptado a Jesús como su Salvador personal y deseaba ser bautizado. Yo no creía lo que estaba escuchando. Así que viajé hasta Baja California Sur para bautizarlo, en uno de los momentos más memorables de mi vida. Ambos lloramos como niños durante la ceremonia. A partir de ese día se dedicó a servir al Señor.</p>
<p>Semanas después de que me informaran de su grave situación de salud, fui a verlo. Allí estaba esperándome en el aeropuerto, apoyado en un bastón. Se veía débil y con la huella de la enfermedad marcada en su rostro. Allí nos abrazamos y volvimos a llorar como niños. Posteriormente, sería intervenido quirúrgicamente con éxito. Dios había decidido dejarlo entre nosotros para que continuara con su misión.</p>
<p>Un hombre nunca es el mismo a lo largo de su vida. Los años van transformando su esquema mental. Todo cambia. Cambia la fuerza, el vigor y las ideas. Por eso, cada ser humano es impredecible. Eso significa que mientras haya vida, habrá esperanza de ser mejores personas. Lo anterior es especialmente cierto en el caso de los seres queridos que aún no han decidido seguir al Señor. La historia todavía no ha terminado, más bien continua a lo largo de la vida, a veces para brindar sus momentos más atractivos en la última etapa de la existencia.</p>
<p>Pide hoy al Señor por aquellos de tu familia que todavía no han aceptado su salvación.</p>