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Honestidad intelectual

2020-09-10

"No es correcto ser parcial en el juicio. [...] Una respuesta sincera es como un beso en los labios" (Proverbios 24:23, 26, CST).

<p>En su libro Dios no es bueno: alegato contra la religión (Madrid: Debolsillo, 2009), Christopher Hitchens defiende una postura antagónica entre la ciencia y la religión utilizando de forma selectiva y prejuiciada la historia. Por ejemplo, recurre a anécdotas históricas celosamente elegidas como si fueran distintivas de una "verdad" superior: que los creyentes viven engañados y, por lo tanto, son peligrosos para la sociedad. Para probarlo, Hitchens recurre a la historia de Timothy Dwight (1752-1811), un teólogo cristiano que se oponía a la vacuna contra la viruela. Para Hitchens, semejante error es común en la mentalidad atrasada de las personas religiosas, lo cual revela cómo el oscurantismo religioso ha entorpecido el avance de la ciencia. Sin embargo, ignora que Jonathan Edwards (1703-1758), uno de los grandes pensadores cristianos de Norteamérica, fue uno de los primeros impulsores de la vacuna contra la viruela y estuvo dispuesto a dar su vida en un fallido tratamiento de este mal. Lo curioso es que George Bernard Shaw (1856-1950), el conocido escritor ateo, también se opuso a la vacunación contra la viruela durante la década de 1930 y la consideró como un engaño y un "indecente ejercicio de brujería"; además, despreció la opinión de importantes científicos de la talla de Louis Pasteur o Joseph Lister, quienes respaldaban la investigación (ver Alister McGrath, <em>La ciencia desde la fe,</em> Madrid: Espasa, 2016, pp. 49-51).</p>

<p>En una sociedad de vertiginosos avances en el mundo del saber, es muy tentador caer en el triunfalismo científico y despreciar elementos como la fe y la esperanza cristiana. Pero aún peor es utilizar la ciencia para canalizar prejuicios personales y presuposiciones ideológicas. Ese no es un camino aconsejable para llegar a la verdad. La ciencia y la religión no tienen por qué estar en conflicto. Cada una tiene su lugar en la experiencia humana. Ambas tienen un mismo origen: el Padre celestial.</p>

<p>Una verdadera educación no conduce a la soberbia ni al triunfalismo del saber. Tampoco favorece el imperialismo intelectual o alguna otra forma de dogmatismo académico. En mi escasa experiencia, he conocido grandes eruditos en diversos ámbitos del conocimiento, que tienen un rasgo en común: la sencillez. En cambio, también he observado a otros cuya soberbia y altanería reflejan lo lejos que están de una genuina educación.</p>

<p>La verdadera educación nos hace conscientes de lo vulnerables que somos y lo poco que sabemos; nos recuerda nuestra profunda necesidad del Padre celestial y nos abre rutas extraordinarias para encontrarnos con él.</p>

<p>En este día pide a Dios que elimine la soberbia de tu corazón.</p>